Cualquier fallo de comunicación entre el juego y la GPU puede provocar un rendimiento degradado, errores o directamente bloqueos del equipo, lo que afecta considerablemente a la experiencia del usuario. Para que esto no ocurra, hay que programar y probar un controlador para cada juego.
Al definir "una gran experiencia de juego", la mayoría de los jugadores suelen señalar el rendimiento o la frecuencia de fotogramas promedio y, aunque un controlador tiene que estar optimizado para ofrecer frecuencias de fotogramas más altas, hay mucho más que eso.
El rendimiento coherente, medido por las frecuencias de fotogramas mínimas y los tiempos de fotogramas, es igualmente importante. Las fluctuaciones grandes en los tiempos de fotogramas provocan parpadeos perceptibles y una respuesta inconstante del juego. Las causas del parpadeo deben aislarse y arreglarse.
La latencia del sistema es fundamental, ya que permite que el PC y la pantalla respondan más rápido a las entradas del teclado y el ratón, y que los jugadores fijen a los enemigos más rápidamente y disparen con mayor precisión. Es necesario codificar un buen controlador para minimizar la latencia del sistema.
Por último, la estabilidad es esencial, ya que no hay nada como los fallos del juego o la temida pantalla azul de la muerte para arruinar una gran sesión. Los fallos del juego, los errores específicos de la GPU, los errores del sistema operativo, los errores de controladores, etc., pueden provocar fallos y bloqueos del controlador. Es fundamental que se erradiquen antes del lanzamiento del juego.
Los controladores deben estar optimizados para ofrecer una gran experiencia de juego, que es donde entra en escena el programa de controladores Game Ready.